La mayoría de
las películas tienen el poder de atracción sobre los espectadores como
nosotros de determinadas maneras. A
algunas nos acercamos porque la historia que nos van a contar nos atrae de
manera fulminante y apenas nos importa el resto de la composición. Otras las
vemos porque en ellas aparece nuestro actor o actriz preferida y, sin
importarnos nada más, acudimos a ver esos planos que marcarán para siempre
nuestro futuro como amantes del séptimo arte. En otras ocasiones pensamos
encontrar algún recurso técnico innovador que nos pueda llamar la atención, o
simplemente porque nos agrada ver la fotografía o escuchar la música compuesta
para la cinta. Finalmente, existen otro tipo de películas que reúnen en su
conjunto todas las características anteriormente señaladas, además de disponer
de un gran director que tiene en sus manos un guión excepcional y por
tanto hacen de ellas una obra maestra
del séptimo arte. Entre estas últimas incluiría a “Historias de Filadelfia”.
Catalogada
como una de las 100 mejores películas americanas de la historia por el American
Film Institute, ganadora de 2 Oscars de la Academia de Hollywood en su apartado
de mejor actor para un grandioso James Stewart en su papel de escritor de la
alta sociedad y mejor guión adaptado para el escritor Donald Orden, representa
la época dorada del cine estadounidense de los años 40 en el género de la
comedia romántica. Comedia y romanticismo que se funden en una historia de amor
que en ningún momento resulta desmesurada y se complementa con unos diálogos
ágiles que hacen avanzar la acción sin perjudicar al argumento. A ello
contribuye George Cukor, uno de los
grandes directores de actores de todos los tiempos, y un apoyo por parte de
otro gran peso pesado dentro de la historia del cine como Mankiewicz en su
papel de productor.
El elenco de
actores junto al ya mencionado James Stewart lo completan un elegantísimo Cary
Grant y Katherine Hepburn, musa del director de esta película y con el que
trabajó en numerosas ocasiones a lo largo de su carrera, siendo reconocido
finalmente con un Oscar al mejor director por “My Fair Lady” con Audrey
Hepburn en 1964.
Si toda la película
en su conjunto se pudiese calificar de obra maestra, hay varios planos que siempre
permanecerán en nuestras retinas y desearemos que lleguen cada vez que nos
sentamos a visionar una vez más esta cinta. Uno de ellos es poder contemplar la
secuencia de la piscina en la que Katherine Hepburn realiza un salto de trampolín sin
ningún doble y el otro cuando después de una fiesta y habiéndose bebido alguna
copa de más, es trasladada en brazos por James Stewart hacia su habitación.
También añadiría la secuencia final, con un desenlace previsible y bien
resuelto, que no voy a comentar por si alguien aún ha cometido el pecado de no
haberla visto hasta este momento. Para lograr la absolución solamente se
necesitan 102 minutos delante de la pantalla y un DVD para visionar esta maravillosa película cada vez que nos
interese ver cine del que ya no volverá.
Jose.-